«Se levantaba a las 4 ó 4 y media de la mañana, y después de una meditación que se prolongaba más o menos según el trabajo de la misión, pasaba al confesionario hasta las 8 y media, hora en que celebraba el santo sacrificio y volvía a confesar nuevamente hasta las 9 y media o nueve tres cuarto, a cuya hora tomaba su primer desayuno que consistía en algunos mates (…)».
Hasta aquí un pasaje de unas de las tantas crónicas –publicada en el antiguo medio de prensa montevideano conocido como El Bien Público en marzo de 1881 y reproducida en un libro escrito por el sacerdote Enrique Passadore sobre la vida de monseñor Jacinto Vera- que dan cuenta no solo del diario vivir de quien es considerado el padre de la Iglesia de Uruguay, sino también de alguna manera su sencillez y cercanía.
Es ahí donde aparece, además de una descripción sobre su manera de rezar y el trato con el prójimo, ese compañero de viaje muy tradicional entre los habitantes de la región sur de América Latina: el mate.
El propio Passadore comenta en la introducción de la segunda edición del libro publicado hace unos 10 años por la Librería Editorial Arquidiocesana y que coincidió con el recuerdo de los 200 años del nacimiento de Vera (3 de julio de 2013) lo siguiente:
«A medida que vamos recorriendo con él, paso a paso, su itinerario, lo podemos sentir vivo, como si hoy el santo obispo compartiera con nosotros un mate, rezara a nuestro lado, recorriera las calles de la ciudad para ir al encuentro de los más necesitados, se entretuviera en un diálogo con el vecino y la vecina, acompañara como ilustre emérito, la marcha de nuestra iglesia y fuera también él, en suma, protagonista en el caminar de nuestro pueblo».
«Tan cercano está como para que cada mañana pudiéramos saludarlo con el “Buen día, Don Jacinto”», agrega Passadore.
Un obispo gaucho y cercano
Lo dicho por Passadore de alguna manera comparte el mismo espíritu de una exposición inaugurada este 18 de abril en el Edificio Artigas de la ciudad de Montevideo denominada «Monseñor Jacinto Vera: Un vecino cercano».
En esa instancia se mostraron diversos objetos y pertenencias, entre ellas un mate oscuro con una forma bastante curiosa que estaba salvaguardado por el Arzobispado de Montevideo, de quien será proclamado beato el próximo 6 de mayo en el «mítico» Estadio Centenario de Uruguay (algo que se convertirá en la primera celebración de ese tipo en territorio uruguayo).
Pero más allá de la falta de precisión con respecto a las instancias en que el mate de calabaza (recipiente donde se pone la yerba mate y una bombilla para su infusión) con un asa particular expuesto formó parte de la vida de Jacinto Vera, durante la presentación de la muestra -que contó con la palabra del artista Ramón Cuadra (curador) y del obispo emérito de Canelones, monseñor Alberto Sanguinetti- lo que más se repitió fue aquello de «vecino y cercano».
«Sentirlo cercano, un vecino más de esta ciudad. Un héroe más», expresó Cuadra a la hora de especificar el trasfondo de la muestra en la que estuvo presente Aleteia y que curiosamente se realizó en el sitio que antiguamente fuera la casa donde falleció el «poeta de la patria» y amigo de Vera, Juan Zorrilla de San Martín (1855-1931). El mismo que dijo cuando falleció la emblemática frase: «El santo ha muerto».
En la misma línea se refirió Sanguinetti, quien se encargó de recordar que Montevideo, en tiempos de Jacinto Vera (1813-1881), era una ciudad de cercanías donde convivían de manera cotidiana los mismos que a veces protagonizaban fuertes peleas.
«Fue un hombre cercanísimo (…) De naturaleza era un hombre que atraía (…) Era un hombre astuto, muy cercano con todos», esbozó Sanguinetti, quien hizo referencia durante su alocución a diversas anécdotas de la vida de Jacinto Vera donde se destacó además de su simpatía por su caridad sin límites para con los más necesitados y por ser un hombre de gran oración.
Vera fue un hombre que supo recorrer lo que actualmente es Uruguay tres veces en medio de la ausencia de caminos establecidos y quien murió nada más ni nada menos misionando en la localidad de Pan de Azúcar.
La cruz pectoral y anillo episcopal
¿Cuánto habrá tenido que ver aquello de compartir unos cuantos mates amargos en medio de su misión?
Efectivamente, como buen obispo gaucho lo del mate -y conocer en profundidad la vida de campo (vivió en el medio rural durante la etapa de niñez y juventud)- es de fácil deducción.
Sin embargo, a través de los objetos presentados en la muestra también quedó de manifiesto cómo todo eso iba fuertemente unido al carisma de pastor y guía de la Iglesia naciente en Uruguay.
Pero es en medio de documentos, libros de oración y otros elementos litúrgicos donde en la muestra aparece de manera destacada la cruz pectoral con la que fue sepultado cuando murió y el anillo episcopal.
Estos objetos religiosos fueros descubiertos el pasado 24 de febrero cuando se llevó a cabo el denominado «reconocimiento canónico», algo que implicó la apertura de la tumba de Vera por primera vez desde que fue instalado ahí en 1883.
«Hubo un evento que ya vivimos, que fue el reconocimiento canónico de los restos mortales de Jacinto. Sus restos son considerados reliquias», expresó el arzobispo de Montevideo, cardenal Daniel Sturla, en aquel momento.
La muestra con objetos y pertenencias de Vera podrá ser visitada hasta el próximo 9 de mayo, instancia en la que muchos en Uruguay ya estarán colmados de alegría con ese obispo gaucho, cercano y beato.