Catalina de Siena (1347-1380), joven contemplativa, sin estudios ni poder, cuya fiesta celebramos el 29 de abril, logró reformar la Iglesia en uno de sus momentos de crisis más profunda, asumiendo una sorprendente autoridad moral sobre papas y reyes.
Durante casi 70 años, entre 1377 y 1309, los papas abandonaron la sede de su diócesis, Roma, para instalarse bajo la influencia del rey de Francia en Aviñón, sumiendo a la Iglesia católica en una crisis única en su historia.
La joven Catalina, que murió a los 33 años, contemplativa dominica terciaria, por tanto laica, desempeñó un papel decisivo en el regreso del papado a Roma. A finales del año 1376, comenzó a enviar cartas a papas, reyes y políticos para exigir en nombre de Cristo el regreso del papado a su diócesis.
¿Cómo fue posible este fenómeno totalmente excepcional? ¿Qué hizo que esta humilde hija de un tintorero de Siena se convirtiera en una luz para su época y para la historia?
Tres motivos explican un fenómeno tan excepcional.
Unión con Dios
Ante todo, su profunda unión con Dios, que le concedió dones extraordinarios y le inspiró su misión al servicio de la Iglesia y la sociedad. Su credibilidad ante el pueblo y los potentados residía en su patente unión con Dios.
La oración era la verdadera ocupación de Catalina, quien vivió experiencias místicas que la llevaron a consagrarse a Dios y a ingresar en la orden tercera de los Dominicos. Vivió años de oración, penitencia y caridad. La credibilidad que le confería esa unión con Dios se convirtió en el motivo por el cual tanto personas sencillas como los grandes de su época la escucharan.
Catalina y la Iglesia
Si Catalina intervino con decisión en los problemas sociales y políticos de su época, la razón hay que encontrarla en su amor a la Iglesia y su sufrimiento por la falta de coherencia cristiana entre los sacerdotes. La joven escribió cartas a los papas Gregorio XI y Urbano VI, instándolos encarecidamente reformar el clero corrupto.
Sus escritos, especialmente el Diálogo de la divina providencia y sus cartas, son testimonios de su sabiduría espiritual y de su doctrina teológica. Sus cartas iban dirigidas a papas, reyes y personas anónimas de su época, con un tono firme pero respetuoso, lleno de caridad y de verdad.
Amor a los más necesitados
La credibilidad moral de Catalina de Siena no podría comprenderse sin la obra que desempeñó de ayuda a los más necesitados.
Catalina de Siena consideraba que asistir a los enfermos y a los pobres, que personificaban a Cristo sufriente, era el camino para encontrar al Señor. Sus biógrafos narran episodios de caridad como la entrega de ropa a los necesitados o de un manto a un peregrino pobre. Atendió a los enfermos, como el leproso Cecca, al que asistió y curó con amor, aunque se dice que su asistencia fue correspondida con golpes e insultos.
Catalina fue especialmente activa en el hospital de Santa Maria della Scala, que albergaba a muchos enfermos confiados a los modestos cuidados médicos de la época y a la penosa asistencia de los parientes y de algunos voluntarios. Asistió en particular a enfermos a los que nadie asistía, ya sea porque no tenían parientes, ya sea porque estaban aquejados de enfermedades contagiosas. Su actividad fue particularmente intensa, sobre todo en tiempos de epidemias, muy frecuentes y mortíferas en aquella época.
Estas tres dimensiones de la vida de Catalina de Siena explican los motivos por los que ha sido proclamada copatrona de Europa e Italia y doctora de la Iglesia.