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La vida de este mártir fue tan impactante como su muerte

St. Jose Isabel Flores photo on table with rosary
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Mauricio Romero - publicado el 06/07/23
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Un descendiente de san José Isabel Flores recuerda su historia: "Hijos míos, así no me van a matar. Les diré cómo, pero antes quisiera decirles que si alguno de ustedes ha recibido algún sacramento de mí, no se manche las manos"

San José Isabel Flores es uno de los 25 mártires mexicanos canonizados de la Guerra Cristera.

Nació en el estado de Zacatecas el 28 de noviembre de 1866. Estudió en el Seminario de Guadalajara y fue ordenado sacerdote en 1896.

En 1900, fue enviado al pueblo de Matatlán en el estado de Jalisco, donde permaneció como padre espiritual de esta comunidad los siguientes 26 años, hasta el final de su vida.

Ahí nacieron mis abuelos maternos: Manuel Orozco Navarro el 17 de junio de 1921 (quien fue bautizado por san José), y Amparo Neri Jiménez el 10 de mayo de 1930.

El Padre José conocía bien a las familias de mis dos abuelos y los visitaba a menudo. El padre de mi abuelo fue el comisario de Matatlán y ayudó a san José a construir la iglesia del pueblo.

Persecución del gobierno mexicano a los cristianos

El gobierno mexicano intensificó la persecución religiosa en los años 1926-1927 y el Padre José sabía lo que avecinaba.

Un testimonio afirma que el padre, hablando de las imágenes en su iglesia, le dijo a los feligreses:

"Recojan los Santos que hay en el Templo porque van a venir los ímpios [sic] y los van a quemar, nada más dejen el Sagrado Corazón, que ese sólo los ímpios [sic] lo bajarían…".

Poco sabían que esto iba a ser lo que sucedería después.

El Padre José era muy cercano a mis bisabuelos. Mi tío abuelo, Félix Neri Jiménez, cuenta varios eventos extraordinarios que su padre (y mi bisabuelo) Ciriaco Neri Ramírez, experimentó con el santo.

Historias extraordinarias

En una de sus historias, comenta que el sacerdote fue y le preguntó a Ciriaco si podía acompañarlo a confesar a una viuda que estaba muriendo.

Salieron rumbo a la casa de la viuda y, al mismo tiempo, sin que ellos lo supieran, el hijo mayor de la viuda había salido a buscar al padre para pedirle que fuera a su hogar.

Cuando Ciriaco y el sacerdote llegaron a la casa, un familiar les preguntó: "¿Y mi hermano?". El padre dijo: "No sé".

El familiar le dijo: "Pero él fue por usted". Le contestó el padre: "No lo he visto". Y luego le preguntaron: "Entonces, ¿quién le avisó?".

El padre dijo: "No hagan preguntas y llévenme a donde está su madre". El sacerdote confesó a la viuda y, mientras tanto, el hijo mayor volvió a casa.

Estaba muy contento de que el padre pudo ir a visitarle, y, cuando trató de preguntarle cómo supo llegar allí, el padre le dijo: "No hagas preguntas, tu madre está terminando, arrodíllate, bésale la mano, y despídete de ella". La señora falleció poco después.[1]

Es muy claro que había algo especial en el Padre José.

Traicionado y decapitado

Pero por la seria y férrea persecución religiosa, fue eventualmente traicionado por un hombre de quien había sido amigo desde el seminario.

Una banda de policías lo arrestaron y lo llevaron a la ciudad cercana de Zapotlanejo, donde estuvo encarcelado por tres días.

Alrededor de la 1am el 21 de junio de 1927, fue trasladado al cementerio para ser asesinado.

Trataron de colgarlo varias veces de un árbol pero no tuvieron éxito en sus intentos. El Padre José les dijo:

"Hijos, así no me van a matar, yo les voy a decir cómo, pero antes quiero decirles que si alguno de ustedes ha recibido de mí algún sacramento, no se manchen sus manos".

Uno de los policías dijo que el Padre José lo había bautizado y le dijo al jefe de la policía que no quería nada que ver con el asesinato. El jefe sin piedad mató a este policía.

Los demás policías se formaron en un pelotón de fusilamiento y el Padre José los perdonó públicamente. Cuando apretaron los gatillos de sus armas, las pistolas no dispararon.

Uno de ellos finalmente decapitó al padre con un cuchillo. Tanto el policía que asesinaron como el Padre José fueron enterrados en el cementerio.[2]

La gente lo lloró mucho y decían que era un santo porque creían que la vida que vivió fue tan santa como su martirio. Aprendamos de su ejemplo y digamos con él: "Si Cristo murió por mí, yo también muero gustoso por Él".  


[1] Congregatio Pro Causis Sanctorum, Sobre el S. De D. José Isabel Flores, Op. Cit.,vol. II, p. 72, testimonio de Félix Neri Jiménez.

[2] Congregatio Pro Causis Sanctorum, Sobre el S. De D. José Isabel Flores, Op. Cit., vol. I, p. 201-3.

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