Propongamos un escenario ficticio: saliendo de Misa a alguien se le ocurrió preguntar a una joven pareja: ¿saben cuáles son los mandamientos de la Iglesia? «¡Ah, creo que sí!, pero ¿todavía se practican?», dijo él. Pero la respuesta de ella fue más contundente: «No los recuerdo, ¿a poco existen esos mandamientos?»
Aunque esta conversación no se ha realizado, escenas como esta se dan cada vez con más frecuencia, porque con el paso de los años, las nuevas generaciones que aún acuden al catecismo simplemente memorizan la información para pasar un examen que les permita hacer la primera comunión y después no vuelven a repasarlos.
Pues bien, los mandamientos de la Iglesia son cinco leyes que dan seguimiento a los diez mandamientos de la ley de Dios. Jesucristo dejó su enseñanza a los Apóstoles y les dio potestad para que, a través de la Iglesia, de la que son fundamento, promulgaran las leyes necesarias que corroboraran sus enseñanzas.
La Sagrada Escritura dice que nuestro Señor fue muy claro al ordenar: «El que los escucha a ustedes, me escucha a mí; el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza, rechaza a aquel que me envió» (Lc 10, 16).
Los cinco mandamientos de la Iglesia
Entrando en materia, mencionaremos cada uno (CIC § 2041-2043):
- Oír misa entera los domingos y demás fiestas de precepto y no realizar trabajos serviles
- Confesar los pecados una vez al año
- Recibir el sacramento de la Eucaristía al menos por Pascua
- Abstenerse de comer carne y ayunar en los días establecidos por la Iglesia
- Ayudar a la Iglesia en sus necesidades
Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica, «El carácter obligatorio de estas leyes positivas promulgadas por la autoridad eclesiástica tiene por fin garantizar a los fieles el mínimo indispensable en el espíritu de oración y en el esfuerzo moral, en el crecimiento del amor de Dios y del prójimo» (CIC § 2041).
Es decir, que la santa Madre Iglesia no nos restringe con ellos, por lo contrario, vela para que sus hijos tengan por lo menos un acercamiento a los sacramentos, al dominio de sus instintos, a la vida dentro la comunidad cristiana y a la libertad del corazón para ser generoso con sus bienes.
Por nuestro bien, vale la pena recordarlos y, sobre todo, llevarlos a la práctica.