Cuando bendecimos, lo que hacemos es «bien decir o decir bien»; en otras palabras, esto es desear el bien con nuetras palabras, porque, tal vez no nos demos cuenta, pero éstas tienen mucho peso.
En las ciencias de la comunicación se estudia que todo lo que se dice tiene una consecuencia y hay que aprender a asumirla. Este concepto no es nuevo, la Sagrada Escritura se encarga de hacernos ver el poder que las palabras de bendición tienen sobre personas y objetos con una gran cantidad de ejemplos:
«Que el Señor te bendiga y te proteja. El Señor haga brillar su rostro sobre ti y muestre su gracia. Que el Señor te descubra su rostro y te conceda la paz. Que ellos invoquen mi Nombre sobre los israelitas, y yo los bendeciré» (Num 6, 24-26).
«Bendigan a los que los maldicen, rueguen por lo que los difaman» (Lc 6,28).
«¡Bendito el hombre que confía en el Señor y en Él tiene puesta su confianza!» (Jer 17,7).
«No importa que ellos maldigan, con tal que tú me bendigas» (Salmo 109, 28).
Dios nos da su bendición para que nos vaya bien
Bendecir es además un signo de reconocimiento para Dios, que ha hecho la creación perfecta y encaminada a servir al hombre, hecho también él a su imagen y semejanza, y por lo tanto, nada se le puede comparar. En orden a estas ideas, nos damos cuenta de que de las manos de Dios solo salen cosas buenas, lo que nos lleva a concluir que todo está bendito y nada debe ser maldecido por boca de la persona.
La carta de Santiago nos previene contra la maledicencia:
«...porque todos faltamos de muchas maneras. Si alguien no falta con palabras es un hombre perfecto, porque es capaz de dominar toda su persona... De la misma manera, la lengua es un miembro pequeño, y sin embargo, puede jactarse de hacer grandes cosas... Con ella bendecimos al Señor, nuestro Padre, y con ella maldecimos a los hombres, hechos a imagen de Dios» (Sant 3, 2; 5; 9-10).
Lo mejor es cuidar nuestras palabras
Hablar sin pensar, y peor aún, maldecir a las personas, puede traer consecuencias adversas a quien las profiere. Es necesario hacer una seria reflexión, porque así como podemos hacer mucho bien dando un cumplido, reconociendo el trabajo bien realizado, destacando los esfuerzos de las personas o diciendo cuánto amamos a nuestros seres queridos, también podemos causar daños irreparables con mentiras, chismes, ofensas, y sobre todo, con malos deseos hacia nuestros prójimos.
Para eso, la Biblia también nos hace una advertencia:
«Amó la maldición: que recaiga sobre él; no quiso la bendición: que se retire de él» (Salmo 109, 17).
Amemos a todos y demostremos ese amor con nuestras obras, pero también con nuestras palabras.