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San Pedro de Alcántara, el consejero de Santa Teresa

SAN PEDRO DE ALCANTARA
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Mónica Muñoz - publicado el 20/10/23
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Este gran santo español gustó de la vida de mortificación y con su ejemplo convirtió a muchos, incluso a los más santos

El nombre verdadero de san Pedro de Alcántara fue Juan Garavito de Sanabria y Maldonado. Nació en Alcántara, en Extremadura, España, en 1499. Su padre, abogado, era el gobernador de la localidad y su madre provenía de muy buena familia, ambos piadosos y con muchas cualidades.

Al morir su padre, Pedro fue a estudiar a la Universidad de Salamanca, pero la abandonó para ingresar a la Orden Franciscana Menor en el convento de Manjaretes, en las montañas entre España y Portugal, ya que le llamaba el espíritu de penitencia de los observantes que llevaban una vida más rigurosa.

Un santo muy humano

Fue muy bueno en sus oficios, aunque bastante distraído. Cuenta una anécdota que su superior le llamó la atención porque tenía seis meses cuidando el refectorio y no había servido fruta ni una sola vez a la comunidad. Él se disculpó porque nunca había encontrado fruta, siendo que colgaban del techo enormes racimos que nunca vio por no voltear hacia arriba.

Como se mortificaba tanto, perdió absolutamente el sentido del gusto; en cierta ocasión, encontró en su plato vinagre salado y se lo tomó creyendo que era sopa. La piel que le servía de cama era usada para orar de rodillas buena parte de la noche y dormía sentado, con la cabeza contra la pared. Dormir tan poco era su más grande mortificación, lo que le hizo el patrono de los guardias y veladores nocturnos. Sin embargo, para no dañar su salud, gradualmente comenzó a disminuir sus vigilias.

Pobreza y ciencia infusa

Con 22 años y sin ser sacerdote, sus superiores lo enviaron a fundar un pequeño convento en Badajoz. Se ordenó 1524 y lo dedicaron a la predicación. San Pedro daba gran ejemplo observando rigurosamente los consejos evangélicos. Su pobreza era tal que, teniendo un solo hábito, esperaba desnudo en un rincón del huerto cuando se lo remendaban o lavaban.

Además de su talento natural y de sus conocimientos, Dios le había favorecido con la ciencia infusa y el sentido de las cosas espirituales, de tal manera que su sola presencia era una predicación que empezaba a convertir a los pecadores.

En la soledad del convento de la Lapa escribió su libro sobre la oración, tan apreciado por santa Teresa, fray Luis de Granada, san Francisco de Sales y otros, donde narró su propia experiencia del amor divino. Frecuentemente entraba en éxtasis que duraban largo tiempo y estaban acompañados de otros fenómenos extraordinarios. La fama de San Pedro de Alcántara llegó a oídos del rey Juan III de Portugal, quien le llamó a Lisboa y trató en vano de retenerle allí.

Vida eremítica

En 1538, el santo fue elegido ministro provincial de los frailes de la estricta observancia de la provincia de San Gabriel, en Extremadura. En ese tiempo redactó una regla aún más severa que la ya existente pero encontró fuerte oposición, lo que le hizo renunciar a su cargo y fue a reunirse con fray Martín de Santa María, quien interpretó la regla de San Francisco como un llamamiento a la vida eremítica.

San Pedro, fray Martín y sus compañeros ermitaños iban descalzos, dormían en esteras o al ras del suelo, jamás tomaban carne ni vino y no tenían biblioteca. Poco a poco, varios frailes de España y Portugal se adhirieron a la reforma, y los conventos empezaron a multiplicarse. En la ermita de Palhaes se fundó el noviciado, y san Pedro fue nombrado guardián y maestro de novicios.

Su vida tan estricta era vista con malos ojos, pero fue a Roma, viajando descalzo, con el objeto de obtener el apoyo del papa Julio III, quien lo puso bajo la obediencia del ministro general de los conventuales y obtuvo permiso para fundar un convento. De regreso en España, un amigo suyo construyó en Pedrosa un convento a su gusto. Así comenzó la rama franciscana conocida con el nombre de la Observancia de San Pedro de Alcántara.

Reconocimiento del Papa

Poco a poco, otros conventos adoptaron la reforma. San Pedro escribió en sus reglas que las celdas no debían tener más de dos metros de largo; que el número de frailes de cada convento no debía pasar de ocho; que los frailes debían andar descalzos, consagrar a la oración mental tres horas diarias y no recibir estipendios por las misas.

En 1561, la nueva custodia fue elevada a la categoría de provincia con el nombre de San José y el Papa Pío IV la retiró de la jurisdicción de los conventuales y la pasó a la de los observantes (Los «alcantarinos» dejaron de ser un cuerpo diferente en 1897, cuando León XIII reunió las distintas ramas de los observantes).

Święta Teresa z Ávili na Wielki Post

Su encuentro con Santa Teresa de Ávila

En 1560, mientras visitaba su provincia, san Pedro de Alcántara pasó por Ávila, movido por una orden recibida del cielo. Por entonces, santa Teresa atravesaba por un período de ansiedad y escrúpulos, pues muchas personas le habían dicho que era víctima de los engaños del demonio. Estaba en casa de una amiga y allí la visitó. Por su propia experiencia, San Pedro entendió perfectamente el caso de Teresa, disipó sus dudas, le aseguró que sus visiones procedían de Dios y habló en favor de la santa con el confesor de esta. La autobiografía de santa Teresa proporciona mucha información sobre la vida y milagros de san Pedro de Alcántara, ya que éste le contó muchos detalles de sus cuarenta y siete años de vida religiosa.

Por ella sabemos que en los últimos cuarenta años no había dormido más de una hora y media por día. Siempre iba descalzo y su único vestido era un hábito de tejido muy burdo y un manto de la misma tela; que cuando el frío era muy intenso, acostumbraba quitarse el manto y abrir la puerta y la ventana de su celda para sentir un poco de calor al volverlas a cerrar y al ponerse el manto.

Consejero desde el cielo

Cuando Teresa volvió de Toledo a Ávila, en 1562, encontró nuevamente allí a San Pedro de Alcántara, quien consagró la mejor parte de sus últimos meses de vida, y las fuerzas que le quedaban, a ayudar a la santa en la fundación de la primera casa de carmelitas reformadas. El éxito de Teresa se debió, en gran parte, a los consejos y al apoyo de san Pedro, quien empleó toda su influencia con el obispo de Ávila y otros personajes.

El santo asistió el 24 de agosto a la primera misa que se celebró en el nuevo convento de San José. Dos meses después, en el convento de Arenas y muy enfermo, murió de rodillas y recitado el salmo 122.

Santa Teresa escribió: «Después que murió, el Señor ha tenido a bien que me aproveche más que cuando vivía, ya que me ha ayudado y aconsejado en muchos asuntos y le he visto frecuentemente en la gloria … Nuestro Señor me dijo una vez que escucharía cuantas peticiones se le hiciesen en honor de san Pedro de Alcántara. Yo le he encomendado que me obtenga muchas cosas de Nuestro Señor y todas mis peticiones han sido oídas».

San Pedro de Alcántara fue canonizado en 1669.

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