Cuando los sacerdotes deciden volver a encaminar a sus feligreses por el camino correcto, rara vez les dicen que no lleguen demasiado temprano a Misa. Primero, porque este tipo de feligreses no es el más común. Luego, porque intuitivamente parece bueno pasar más tiempo en la iglesia, en la presencia del Señor. ¿Es éste realmente el espíritu de la liturgia?
Hay que ir a un monasterio benedictino para darse cuenta de que la Misa empieza a tiempo: ni demasiado temprano, ni demasiado tarde. Dos minutos antes de la Eucaristía, los monjes siguen ocupados, encendiendo las velas y vistiéndose.
Cuando suena la campana, casi todo el mundo está preparado. De hecho, los servicios benedictinos permiten la posibilidad de un pequeño retraso: después de algunos minutos, los lugares de los ausentes son ocupados por los hermanos que se acercan al altar sin dejar los puestos vacíos.
Ahora es el momento correcto
Leer a san Pablo nos permite comprender esta lógica litúrgica: "Porque él dice en la Escritura: 'En el momento favorable te escuché, en el día de la salvación te ayudé'. Ahora es el buen tiempo, ahora es el día de la salvación" ( 2 Cor 6,2 ). En efecto, en la Misa se trata de participar en una obra de salvación, en este momento favorable del que habla el apóstol.
El Sacrificio, muerte y Resurrección de Cristo ya ha ocurrido, en el tiempo y en el espacio. Se actualizan en la Eucaristía, que, según esta misma lógica, tiene un lugar y un tiempo determinados.
El carácter discreto, en sentido matemático, de la acción litúrgica, permite también dar cuenta de la importancia de "fuente y cumbre de la vida cristiana". Ciertamente, Dios está presente en nuestros hermanos, en las Escrituras y la Creación, pero nunca más que cuando se hace presente, verdaderamente, en el pan y el vino consagrados.
Llegar muy temprano a misa puede alterar este sentimiento de emergencia: en el corazón de nuestra existencia, en el corazón de nuestras actividades, Dios viene a nuestro encuentro, en persona.
Hay que llegar a tiempo
El Papa Francisco explicó en un Ángelus que "Dios no mide la cantidad sino la calidad, examina el corazón, mira la pureza de las intenciones" (11 de noviembre de 2018).
Es mejor vivir intensamente la hora asignada a la Misa dominical que hacer más pero con una conciencia reducida de lo que sucede. Así entendemos sin acostumbrarnos que el sacrificio eucarístico es el momento oportuno de la existencia, el que salva.