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A los obispos se les reconoce por la mitra, el anillo y el báculo. En la cátedra donde se sientan, hay también un curioso símbolo que hoy apenas podemos descifrar. Sobre este escudo se asienta un extraño tocado: el galero. Este sombrero, de ala ancha y plana, lo llevaban originalmente los distintos miembros de lo que tradicionalmente se conocía como "clero bajo", es decir, los monjes y sacerdotes que servían en las parroquias, más cercanos al pueblo de Dios.
Durante el primer Concilio de Lyon, en 1245, el Papa Inocencio IV impuso el galero rojo a los cardenales: con el tiempo, el galero rojo se convirtió en el atributo cardenalicio por excelencia. Solo después del Concilio Vaticano II se abolió su uso, junto con el del birrete negro para los sacerdotes, mediante la instrucción Ut sive sollicite del Papa Pablo VI. Sin embargo, aún se pueden encontrar vestigios de él en los escudos de armas del "alto clero".
Uso y símbolo
La heráldica tiene su origen en el arte de la guerra y los torneos, en los que no participaba el clero. Sin embargo, en el siglo XIII, el uso de la heráldica se extendió entre el alto clero, que, al igual que la burguesía de la época, adoptó la práctica de la nobleza. A la heráldica tradicional, el clero añadió una serie de ornamentos externos, a veces unidos a los ornamentos nobiliarios, que distinguían el nacimiento del portador.
Este galero se convirtió entonces en el símbolo eclesiástico por excelencia, distinguiendo la función del portador del escudo mediante dos indicadores: su color y el número de borlas que cuelgan de los cordones que enmarcan el escudo. El número de borlas identifica el cargo del portador del escudo: rojo ("gules" en heráldica) con 30 borlas para los cardenales, verde ("vert") con 30 borlas para los primados y patriarcas, verde con 20 borlas para los arzobispos y verde con 12 borlas para los obispos.
El escudo episcopal
Ahora bien, el número para los obispos es altamente simbólico, evoca el número de apóstoles elegidos por Cristo y recuerda la función apostólica del obispo, así como la autoridad del Santo Padre a la que está sujeto.
Actualmente heráldica episcopal es mucho más sobria que la del Antiguo Régimen, aunque se mantiene el "sombrero de vert acompañado igualmente de un cordón de seis borlas". El Concilio Vaticano II, en particular, marcó un punto de inflexión en el uso de los objetos y símbolos litúrgicos al significar una ruptura limpia con la pompa de siglos anteriores, con el fin de abolir la distancia entre el pueblo de Dios y sus pastores.
Esta sobriedad se extendió a la heráldica eclesiástica: se refinaron los escudos de los obispos y se sustituyeron los ornamentos nobiliarios, primero por la mitra y el báculo, después por una simple cruz, mientras que se mantuvo el galero.