La vida nos tiene muchas sorpresas y acontecimientos que no esperamos; afortunadamente, muchos son agradables y muy positivos. Sin embargo, otros vienen acompañados de crisis y de complejas dificultades.
Vivir no es fácil para nadie, especialmente cuando se tienen que afrontar muchos retos y exigencias de la vida diaria. Muchas personas se doblegan en desesperanza y desánimo ante los problemas de la vida. Como si no tuvieran fe alguna. Dicen rezar y rezar, pedir y pedir mucho; pero siguen viviendo con miedo, agobiados, atormentados, como si no lograrán apaciguar sus emociones y consciencia.
Eso es exactamente lo que te queremos proponer en ésta reflexión, que tu fe se note en tus emociones y estados de ánimo, que no sea solo una postura piadosa y que para nada llegue a influir en tu actitud hacia la vida.
Ver personas que dicen ser muy religiosas con la cara larga y compungida, derrotados, llorando y con pesimismo, no es reflejo de un acto de fe. Esperan que Dios remedie sus males, pero parece que no hacen nada para, ellos mismos, poner de su parte y tratar de cambiar esa cara de víctima y sufrimiento que traen.
La fe va ligada a una mejor actitud emocional
Tiene que haber consistencia, porque si tienes fe, también tendrás una mejor actitud emocional. Esto va ligado a manifestar más confianza en la presencia viva del amor de Dios; a tener la plenitud que da la seguridad de que estamos en sus manos, por lo que no viene al caso que tengamos esas caras deprimidas y agobiadas, como si no existiera la luz que nos da nuestra fe.
Hay varios estudios que indican que las personas que realmente practican su religión, y son fieles a sus hábitos espirituales, tienen una mejor salud mental y emocional que aquellas que, a pesar de su fe, siguen con depresiones, ansiedad y crisis existenciales.
En la medida en que se vive una espiritualidad más madura se fortalece una manera más sólida de manejar las emociones; y por lo tanto, se siente menos el enojo, la frustración, el miedo o la tristeza; así como otras emociones que pueden ser caóticas, como las crisis de celos o la envidia destructiva.
Tener fe en un poder superior es sentir ese apoyo, esa fortaleza y se reafirma la convicción de que nada puedes hacer más allá de lo que está a tu alcance. Simplemente haces todo lo que está en tus manos, y lo que no, se lo dejas a Él.
Digamos que aunque ser un genuino practicante de la religión no es garantía de evitar ciertos desequilibrios emocionales, si se ha comprobado que promueve un estado de alegría y paz interior que genera la fe, lo que ayuda mucho a superar toda clase de emociones negativas.
Saberse (y sentirse) acompañado
Una razón que puede ayudarnos a comprender mejor esto es saber que no estás solo, ni espiritual ni socialmente. Está una comunidad que te apoya, una familia que te acompaña. No hay esa sensación de abandono y soledad, que suelen agravar las dificultades y los momentos de crisis. Hay conexiones positivas a las que se puede acudir. Pues el aislamiento y la marginación sí pueden ser un factor de riesgo para la salud mental.
Además, las personas que viven su fe tienen muy claro que su vida tiene un propósito, y que nada de lo que sucede es por casualidad. Las cosas que nos van pasando son oportunidades de crecer, aprender, madurar y practicar las virtudes. Por ello, las personas espirituales sienten mucha más seguridad y tranquilidad de que todo va a salir bien, en comparación con aquellos que su fe es una experiencia más secundaria y sin solidez.
La fe auténtica es fuente de salud mental
La fe auténtica es una fuente de salud mental, de estabilidad emocional y de fortaleza firme ante las dificultades. Es mantener la certeza de contar con el amor incondicional de Dios, que nunca te abandona ni desampara.
De aquí la importancia de mantener viva la fe, de tener una constante práctica espiritual -en las buenas y en las malas- haciendo oración, meditación y -realmente- cumpliendo con los preceptos de tu práctica religiosa.
Por ello vale la pena mantener lazos fuertes con los familiares y personas con las que te identificas en el mismo nivel de fe que posees, pues, cuando llegan las dificultades, saber que puedes acudir a ellas.
Pero lo más importante de todo: ante cualquier dificultad, acude primero a ponerte en manos de Dios y a pedir su apoyo y guía. Lo puedes hacer en un instante. Lo primero es lo primero.