De caminar encorvado, pero de espíritu joven. 69 años, de los 92 que tiene de edad, ha sido sacerdote, más de los que vivió con su familia de sangre; una decisión que nunca ha lamentado. Rodeado de fieles de la parroquia donde aún presta sus servicios, monseñor Félix Yáñez Montoya, agradeció a Dios su elección.
Originario de Apaseo el Grande, una pequeña ciudad de Guanajuato, muchos sacerdotes lo han conocido desde que comenzaron su formación y todos lo recuerdan con respeto y cariño. Uno de sus antiguos compañeros, maestro en el seminario, dijo que siempre ha sido un gran ejemplo de "sacerdote íntegro, dedicado a su ministerio, un compañero de camino, un director espiritual impecable y fiel".
Toda una vida dedicada a Dios
Los recuerdos iluminan su mirada y a cada pregunta Monseñor Félix responde convencido de que Dios lo llamó personalmente, porque su vocación nació motivada por su párroco, Don Efrén Flores Rico, quien le preguntó por qué no se iba al seminario "el año que entra". Él, un niño de unos 9 años, solo atinó a responder: "sí", sin saber de qué se trataba, sin embargo, inocentemente creyó que para el siguiente año, el padre olvidaría sus palabras.
Pasado ese tiempo el párroco volvió a insistir. El padre dice que en realidad él no entendía la magnitud de la invitación que le habían hecho. Todos en su casa estaban de acuerdo, pero él "no captaba la invitación, no podía digerir", recuerda con cariño y con toda claridad, como si hubiera sido ayer.
Fue su madre quien le preguntó por qué no quería irse al seminario, "¿ya conoces?", le dijo ella. "No, no conozco", respondió el pequeño Félix. "Entonces, ve. Si te gusta, te quedas y si no, pues te vienes". Fue de esa manera que, concluyendo el quinto año de primaria, ingresó al seminario; y como sí le gustó, ya no volvió a su casa. "Me quedé en el seminario, y hasta la fecha", dice alegremente.
Un sacerdote feliz
Monseñor Félix dice que sí es feliz, pero comenta con energía:
Feliz, se me hace poco decir, es algo más que no alcanzo a decir con la palabra, porque es tocar la divinidad, que no es humano sino divino. El gozo me lo da Dios".
Además, no cambiaría nada en su vida; por el contrario, comenta que procuraría afinar mejor todo lo que es para dedicarse a Dios, al prójimo y a toda la creación de todos los tiempos, porque Dios es el que puede todo y él, nada puede. "Me apoyo en Dios para salir adelante", afirma.
Como consejo, dice a los jóvenes que tienen miedo de irse al seminario que "hablen con Jesucristo" porque la invitación viene de Dios. "Si llegan a entender que es nuestro Señor Jesucristo el que los está invitando, es muy difícil negarse. Él le da a uno todo".
El sacerdote concluye diciendo que no le hace falta nada en su vida, nada más seguir a Dios, porque no hay cosa más satisfactoria en este mundo que estar con Él. "Porque todo lo demás falla y Dios no falla", finaliza.