Cuando Adán y Eva cometieron el pecado original, Dios dijo al hombre: "Ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, de donde fuiste sacado" (Gen 3, 19).
Por ello, pudiera parecer que el trabajo fue un castigo debido a la desobediencia de nuestros primeros padres, sin embargo, el mismo Génesis narra que Dios puso al hombre en el jardín del Edén para que lo cuidara y lo cultivara, así es que, desde que fue creado el ser humano, el plan divino lo contemplaba siendo útil a través del trabajo.
Resulta ser lo contrario: una bendición que dignifica a quien lo realiza y, si lo hace bien, puede ser un medio de santificación.
Realización personal del trabajador
A este respecto, san Juan Pablo II escribió lo siguiente:
"Como persona, el hombre es pues sujeto del trabajo. Como persona él trabaja, realiza varias acciones pertenecientes al proceso del trabajo... han de servir todas ellas a la realización de su humanidad, al perfeccionamiento de esa vocación de persona" (Laborem Exercens 6).
Nos damos cuenta de que laborar es parte fundamental del hombre y la mujer, a quienes Dios les dio el dominio de la Tierra. Por eso, deben utilizar todas sus capacidades y talentos, para ser siervos buenos y fieles y poder entrar en el gozo del Señor (Mt 25, 21).
Santificarse en el trabajo
Los santos nos han dado ejemplo de servicio en muchos campos del quehacer humano, desde la tarea más humilde, como barrer o abrir la puerta, hasta hacer aportes a la ciencia. Dios nos ha dado la posibilidad de ser útiles y santificarnos a través de nuestras labores cotidianas.
El mismo san Pablo fue riguroso en este aspecto, pues continuamente exhortaba a los cristianos de las comunidades que había evangelizado a no ser perezosos y a comer del fruto de su trabajo, a ejemplo suyo:
"Porque ustedes ya saben cómo deben seguir nuestro ejemplo. Cuando estábamos entre ustedes, no vivíamos como holgazanes, y nadie nos regalaba el pan que comíamos. Al contrario, trabajábamos duramente, día y noche, hasta cansarnos, con tal de no ser una carga para ninguno de ustedes. Aunque teníamos el derecho de proceder de otra manera, queríamos darles un ejemplo para imitar. En aquella ocasión les impusimos esta regla: el que no quiera trabajar, que no coma".
No caer en el exceso
Después del trabajo, el hombre tiene derecho a descansar. El mismo Creador consagró y bendijo el séptimo día, al concluir su obra. No debemos vivir solo para el trabajo, dejando de lado familia, relaciones sociales, actividades de esparcimiento, pero, sobre todo, el tiempo que debemos dedicar a Dios.
Porque el que solo vive para generar bienes olvida que también debe trabajar para ganar su salvación, dedicando su tiempo y su vida al Dueño de todo lo creado. Equilibremos nuestras actividades y seamos felices.