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Mucho se habla del tema de la igualdad entre los seres humanos, y entre más se insiste, tal parece que las diferencias se hacen más abismales. Esto no debería ser así. Con el paso del tiempo y el cambio de época, cuando se supone que somos más civilizados y superamos la era del esclavismo, surgen personas que se sienten superiores a otras, lo que desata incomprensiones y enfrentamientos inútiles que dejan profundas heridas.
Por eso nunca estará de más recordar que Dios Padre nos hizo a todos a su imagen y semejanza. Que Cristo vino al mundo para salvarnos a todos. Y que el Espíritu Santo está en el mundo para santificarnos a todos. Dios no hace distinción. San Pablo nos lo recuerda:
Ya no hay distinción entre judío y no judío, ni entre esclavo y libre, ni entre varón y mujer. En Cristo Jesús, todos ustedes son uno (Gal 3, 28).
Cristo nos da el ejemplo
Y sucede que, teniendo la solución a mano, ponemos obstáculos que nos impide comprenderla y ponerla en práctica. El mal entendido amor a sí mismo, el relativismo, el hedonismo, las ideologías, y muchos distractores más, nos enceguecen. Pero la Palabra de Dios, siempre viva y eficaz, nos da la pauta a seguir:
"...el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo: como el Hijo del Hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud» (Mt 20, 26-28).
El servicio conduce a la santidad
Todos los santos tienen en común que han se han amoldado al ejemplo de Jesús. Ellos han sabido hacerse servidores, reconociendo que el Señor nos vino a dejar un modo de vida, apegado a la voluntad del Padre, y que no hay nada fuera de eso que nos asegure que alcanzaremos la salvación.
Por eso, Cristo mismo nos dijo qué hacer, y el servicio a los demás, por amor a Dios, es el camino seguro al Cielo. Basta con leer las historias de quienes han muerto en olor de santidad para constatarlo.
Se desgastaron por amor a Dios
Decía san Rafael Guízar y Valencia, cuando le pedían que descansara un poco: "ya descansaremos en el Cielo" porque sabía que no tenía tiempo que perder para servir a la Iglesia, por eso se entregó en cuerpo y alma a las misiones y a su labor pastoral como sacerdote y luego como obispo. El servicio, ante todo, fue primordial para él.
O santa Teresa de Calcuta, siempre dispuesta a atender a los enfermos y moribundos, sin pensar en gastos ni esfuerzos, simplemente inspirada por el amor. O san Juan Bosco, con su trabajo como educador; santa Teresa de Ávila como reformadora, el beato José Gregorio Hernández como médico, san Juan María Vianney, confesando interminables horas; los Apóstoles recorriendo el mundo para anunciar el Evangelio y todos los santos y santas, ninguno perezoso, todos solícitos y prestos a trabajar por el reino de Dios.
Por eso, el que sirve al prójimo y a Dios, se santifica en el amor. Hagamos lo mismo nosotros.