Hay un refrán que dice: "Niños pequeños, problemas pequeños; niños grandes, problemas grandes." Para los padres, los problemas y el cansancio generalmente encuentran su respiro alrededor de las nueve de la noche, cuando los pequeñajos se van a la cama. Por muy pesado, difícil o complicado que haya sido el día, todo llega a su fin hasta el amanecer del siguiente día. A medida que los niños crecen, la participación activa de los padres tiende a disminuir, especialmente en la transición hacia la vida adulta, donde su presencia puede parecer, erróneamente, que desaparece.
¿Dónde deben situarse los padres?
A medida que descendemos en el rango de importancia de su escalafón debemos cambiar nuestro modo de actuar y nuestra ubicación. Inicialmente, es necesario estar encima, vigilando, enseñando y protegiendo, y dentro de esta protección se incluye el regañar.
Tenemos que estar con él, como con el niño que empieza a andar en bicicleta sin ruedines, pegaditos. A medida que crecen hacia la adolescencia, debemos estar al lado, cerca, por si se van a caer o desviar del buen camino. Y la posición, cuando ya crecen, cuando ya son adultos y han tomado las riendas de su vida, es más bien estar dos pasos más atrás, proporcionando apoyo, cariño y -discretamente- consejo, pero permitiendo que tomen sus propias decisiones.
Estar dos pasos atrás es una posición difícil; la libertad de los hijos siempre lo es. La impotencia de no poder inyectarles la sabiduría que ganamos con los años y los errores resulta absolutamente frustrante.
Pero no te engañes: hablando poco, brindando cariño y discreción, aún seguirán necesitando nuestra aprobación y valoración; éstas seguirán siendo importantes el resto de su vida.
Ceder sin conceder
¿Qué pasa si los hijos adultos llevan una vida incompatible con nuestra fe católica? Cariño, respeto y oración. Como dijo un santo anteriormente: es más importante hablarle a Dios de nuestros hijos que a nuestros hijos de Dios.
No lo humilles, no lo critiques, no lances comentarios capciosos al aire. Cuando tengas que recomendarle otro camino busca hacerlo en privado y hazlo con todo el cariño que encuentres en el corazón.
Aplícale a tu hijo esa frase: "Se condena al pecado y se disculpa al pecador". Ten mucha paciencia; las grandes catedrales no se construyeron de un día para otro. Cincelar un alma puede ser más difícil y duro que esculpir una roca.
San Josemaría dijo: "Tenemos que ceder sin conceder, con el ánimo de recuperar". Esta frase magistral es muy aplicable a las situaciones que viven muchas familias de hogares católicos con hijos adultos que viven una situación irregular. En esos casos, que tu hijo venga con su pareja (fruto de una situación irregular) a comer a casa no es un acto intrínsecamente malo; estaríamos en ese proceso de ceder sin conceder, con ánimo de recuperar.
Sólo podemos tender la mano si seguimos formando parte de su vida. Nuestra función es la de lanzar puentes, tenemos que seguir haciéndolo, incluso, cuando estamos dos pasos más atrás.