Dos veces en el año tenemos la celebración de la Virgen de los Dolores, sin embargo, una fiesta está contemplada en el calendario litúrgico y la otra quedó, mas bien, en la tradición popular. ¿Cuál es la razón?
Fiesta del 15 de septiembre
A partir de la reforma del calendario romano, emanado del Concilio Vaticano II, el Papa Pablo VI publicó el documento Marialis cultus, donde se destaca el papel de la Santísima Virgen María y "ha permitido incluir de manera más orgánica y con más estrecha cohesión la memoria de la Madre dentro del ciclo anual de los misterios del Hijo" (MC 2).
Encontramos en dicho documento una reafirmación sobre el 15 de septiembre como la memoria de Nuestra Señora de los Dolores, un día después de la Exaltación de la Santa Cruz. "ocasión propicia para revivir un momento decisivo de la historia de la salvación y para venerar junto con el Hijo exaltado en la Cruz a la Madre que comparte su dolor" (MC 7).
Esta fiesta ya celebraba desde la edad media.
Viernes de Dolores
Asociando a la Santísima Virgen con los dolores de su Hijo en la cruz, también se realizaba una celebración en viernes después del Domingo de la Pasión o Domingo de Ramos.
En el siglo XVII se celebraban dos conmemoraciones de los Siete Dolores de la Virgen y dos papas extendieron esta fiesta a toda la Iglesia: el Papa Benedicto XIII lo hizo con la fiesta del «Viernes de Dolores» en 1472; y el papa Pío VII, en 1814, fijó la celebración en el día 15 de septiembre.
Las lágrimas de la Virgen
En la actualidad encontramos que la fiesta litúrgica se celebra únicamente el 15 de septiembre, pero ha permanecido la tradición popular de hacer altares dedicados a la Madre Dolorosa el viernes anterior al Viernes Santo. Y, además, aún se conserva la bella costumbre de adornarlos con germinados de trigo y lenteja, colocando naranjas, flores y papel morado.
Y lo más bello, al menos en México: la gente sigue obsequiando agua de sabores y nieve, que representan las "lágrimas de la Virgen", precediendo a la Semana Santa.