El talento del cineasta Sean Durkin, quien ya diera sobradas muestras de su versatilidad en The Nest y Martha Marcy May Marlene (sus dos primeras películas), se percibe en los primeros minutos de metraje El clan de hierro (The Iron Claw): durante el prólogo en blanco y negro vemos el pasado, en el que el patriarca de la familia Von Erich demuestra su ferocidad en el ring y luego sale para encontrarse con su mujer y dos de los niños de ambos.
A continuación, y ya en color para situarnos en el presente de la historia, el director se las arregla para, en apenas cinco o seis planos, suministrarnos los datos precisos sobre el clan: plano de uno de los muchachos musculados levantándose temprano para ir a correr (el sacrificio en el deporte), de las fotografías que adornan la pared (padre, madre e hijos), de un gran crucifijo (la devoción religiosa de la madre, pero también de la familia en general), de la vitrina repleta de armas (el poder de un padre estricto) y de las estanterías atestadas de premios (de las competiciones deportivas).
El hermano que sale a correr comienza entonces una breve narración en off sobre la maldición familiar que acarrean los suyos. "Mamá trató de protegernos con Dios", dice. Y continúa: "Papá trató de protegernos con la lucha libre". Para él, esa supuesta maldición es la culpable de su terrible mala suerte.
Cuando algunos de los miembros Von Erich se sientan a desayunar, veremos que el padre es un hombre autoritario que exige a sus hijos que sean los más duros y los más exitosos a través del ring: el objetivo es conseguir los títulos que él no pudo alcanzar.
Sus hijos, así, representan la extensión de sus metas soñadas; modelándolos a su antojo, cree que el clan obtendrá la gloria que a él se le escapó de las manos en sus travesías por los cuadriláteros del país. Sin embargo, estos hijos muestran un respeto absoluto, fronterizo con el miedo, hacia ese padre al que aman sin fisuras (como revela el protagonista en esa narración inicial).
Dolor, sacrificio y hermandad
Conviene que el espectador, aunque se trate de un hecho verídico, sepa poco de la historia. Así los hechos le sorprenderán más. Lo cogerán desprevenido. El reparto es sólido y deslumbrante.
Como padre y madre figuran dos veteranos: Holt McCallany (a quien recordamos por la serie Mindhunter) y Maura Tierney (de Insomnio y Mentiroso compulsivo). Interpretando a los hijos, un plantel de jóvenes en los que se mezclan estrellas como Zac Efron (quien se hizo célebre por High School Musical) y Jeremy Allen White (rostro popular por la serie The Bear) con promesas como Harris Dickinson (El triángulo de la tristeza) y Stanley Simons (Angelfish). Lily James, otra estrella, encarna a la novia de uno de los hijos.
Sean Durkin retrata el caso real de una familia que, entre las décadas de los 70 y 80, se vio arrastrada hacia el dolor y el sacrificio por culpa de ese padre obsesionado con el éxito y la gloria.
Su mayor baza, además del reparto y del dominio de la cámara, es su análisis de una familia numerosa que se presenta ante nosotros como una piña. No es la familia desestructurada que vemos en muchas películas norteamericanas. Aquí desayunan juntos, van juntos a la iglesia y se apoyan unos a otros. La relación entre los hermanos, siempre abrazándose, echándose una mano, defendiéndose como pueden ante las exigencias paternas, acaba siendo conmovedora y resulta esencial para empatizar con personajes sometidos a los giros que va dando el guion.
Aunque es una película sobre la unión de una familia, es sobre todo una historia sobre el amor entre hermanos y los vínculos a menudo inquebrantables de la hermandad. El personaje al que interpreta Efron insiste mucho en permanecer con los suyos. En su primera cita, le preguntan qué quiere. Responde: "Quiero estar con mi familia. Con mis hermanos". Y a uno de sus hermanos le dirá, tiempo después: "Me encanta estar con vosotros. Es lo único que me importa".
Padre y madre combinan el rigor con la piedad. El padre llega a decirles en una ocasión: "Nuestra grandeza se medirá por nuestra respuesta ante la adversidad". Y la madre, ante uno de los hijos cuando siente miedo, lo consolará así: "Dios te ama, Michael. No hay nada que temer".
El clan de hierro es un filme que combina drama y deporte, y afán de superación al estilo de tres películas que podríamos considerar sus referentes: Rocky y Toro salvaje, sí, pero principalmente La cocina del infierno, el primer largometraje que dirigió Sylvester Stallone para contar la historia de tres hermanos buscavidas que tratan de triunfar en la lucha libre.
Cerith Gardiner, en su texto publicado en la versión norteamericana de Aleteia, escribía que la película de Sean Durkin es una historia llena de angustia y, "sin embargo, está extrañamente llena de esperanza". Esta, sin duda, es otra de las virtudes de esta obra desgarradora.