La creencia en la resurrección de Jesús incluye la creencia de que Jesús resucitó de entre los muertos con un cuerpo físico.
Jesús no parecía simplemente tener un cuerpo, sino que tenía un cuerpo que ocupaba un espacio en el mundo natural.
El Evangelio de Juan se esfuerza en afirmar que Jesús comió después de resucitar:
"Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: 'Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar'. Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: 'Vengan a comer'. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: '¿Quién eres', porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos".
Además, Jesús desafió a "Tomás el Dudoso" a tocar sus heridas:
"Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: '¡La paz esté con ustedes!'. Luego dijo a Tomás: 'Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe'".
Cuerpo glorificado
El Catecismo de la Iglesia Católica afirma que Jesús tuvo un cuerpo real después de su resurrección, pero que también tenía cualidades glorificadas:
"Pero, al mismo tiempo, este cuerpo auténtico y real posee las nuevas propiedades de un cuerpo glorioso: no limitado por el espacio y el tiempo, sino capaz de estar presente cómo y cuándo Él quiere; porque la humanidad de Cristo ya no puede ser confinada a la tierra, y pertenece en adelante solo al reino divino del Padre.
También por esto Jesús resucitado goza de la soberana libertad de aparecerse como quiere: bajo la apariencia de un jardinero o bajo otras formas familiares a sus discípulos, precisamente para despertar su fe".
Jesús ciertamente tenía un cuerpo físico real, pero ya no estaba restringido a las leyes de este mundo.
Es un anticipo de lo que serán nuestros propios cuerpos glorificados en el Cielo después de la resurrección general de los muertos.
Tendremos cuerpos, pero serán diferentes, ya no estarán sujetos a la corrupción y podrán moverse libremente de forma milagrosa.