La vida es fácil cuando se tiene juventud, salud y bienestar en general. Creemos que tenemos la vida comprada porque nada parece salir mal. A veces, ni nos acordamos de Dios hasta que llega la desgracia y nos damos cuenta de nuestra fragilidad y finitud.
Entonces recordamos que tenemos que cuidar nuestra salud física, pero más que eso, la espiritual, porque no tenemos ninguna seguridad de que nos iremos al cielo si morimos de repente.
Dios nos llamará
Es curioso escuchar en los funerales que las personas afirman que sus seres queridos ya gozan de la gloria, cuando -muchas veces- ni siquiera iban a Misa. Entre más años tengamos, más nos equivoquemos, más deuda acumularemos para el Purgatorio. Por eso es muy importante estar preparados, porque no moriremos cuando nos plazca, sino cuando Dios nos llame.
Ni siquiera se trata de ganarse el cielo. Sería inalcanzable para nosotros porque somos criaturas limitadas; pero es el mismo Dios, que nos ama tanto, quien nos quiere junto a Él, ni más ni menos. ¿Cómo podremos pagarle al Señor tanto amor?
La soberbia nos enceguece
Por eso, el descuidado que piensa que se salvará, a pesar de sus pecados y sin esforzarse en nada, pues Dios es infinitamente misericordioso, debe recordar que también su justicia es infinita.
No podemos abusar del amor de Dios. No debemos dejar a la suerte nuestro último destino, creyendo que somos buenos por no robar y no matar. El primer pecado que aflora entonces es la soberbia, que no nos deja reconocernos como pecadores.
Dios nos quiere con Él
A pesar de nuestros pecados, el Señor quiere que nos salvemos. Por eso, san Pablo habla claramente a los Tesalonicenses sobre la venida del Señor:
Ustedes saben perfectamente que el Día del Señor vendrá como un ladrón en plena noche (...) No nos durmamos, entonces, como hacen los otros: permanezcamos despiertos y seamos sobrios. Los que duermen lo hacen de noche, y también los que se emborrachan.
Nosotros, por el contrario, seamos sobrios, ya que pertenecemos al día: revistámonos con la coraza de la fe y del amor, y cubrámonos con el casco de la esperanza de la salvación. Porque Dios no nos destinó para la ira, sino para adquirir la salvación por nuestro Señor Jesucristo, que murió por nosotros, a fin de que, velando o durmiendo, vivamos unidos a Él.
Así, pues, que la muerte no nos sorprenda desprevenidos. ¿Cuándo moriremos? Solo Dios lo sabe, pero Él nos llamará cuando menos lo esperemos, así es que, estemos atentos y vivamos haciendo el bien.