Al igual que Dios creó el universo con orden y propósito (Génesis 1, 3-10), nuestra propia búsqueda del orden puede convertirse fácilmente en una tarea espiritual, si se hace con intención.
Numerosos santos de la tradición católica destacan con frecuencia la importancia del orden en sus escritos: Tomás de Aquino, Juan de la Cruz, Teresa de Ávila. Podríamos considerar que poner orden en nuestro mundo físico tiene un significado espiritual.
Es importante reconocer que la desorganización, aunque parezca un problema menor, puede tener un impacto significativo en nuestra vida espiritual. Si no se trata, la desorganización puede convertirse en una fuente de ansiedad de bajo grado, lo que puede dificultar la concentración en la oración, el trabajo y nuestras relaciones con los demás.
Las ventajas de la organización
Ahora piensa en las ventajas de un espacio bien organizado. Imagina un rincón de oración donde te espera tu Biblia, ofreciéndote el consuelo que necesitas. Imagínate una entrada meticulosamente ordenada, donde tus llaves están a la mano para facilitarte la transición a tu jornada laboral; o piensa en el placer de un armario en el que toda tu ropa esté visiblemente a mano para que no tengas que sumergirte en el montón de ropa más o menos doblada que hay sobre esa silla (todos tenemos esa silla, ¿no?).
De este modo, el orden se convierte en una especie de oración silenciosa: es un testimonio de nuestro respeto por los dones del tiempo, la abundancia y el mundo físico que Dios nos ha confiado.
El orden, como explica santo Tomás en su Suma Teológica, se considera intrínseco a la bondad. Una vida bien ordenada, como una composición musical armoniosa, permite que cada elemento cumpla su propósito y contribuya al todo.
Al organizar nuestras posesiones y espacios vitales, podemos mostrar nuestro respeto por los dones que hemos recibido.
Fomenta la tranquilidad
Además, el orden también puede fomentar una sensación de paz y tranquilidad. Un hogar bien organizado puede convertirse en un santuario, un refugio del ruido y el desorden del mundo exterior. Esa tranquilidad permite una reflexión y una oración más profundas, lo que a su vez puede fomentar una conexión más estrecha con la familia, los vecinos, uno mismo y Dios.
De hecho, el orden puede proporcionar un marco para nuestra vida espiritual. Si sabemos dónde están las cosas, podemos encontrar fácilmente lo que necesitamos, lo que nos hace más eficientes y, en última instancia, nos permite dedicar el tiempo y la atención adecuados a nuestra fe. Por cierto, ¡esto también se aplica al escritorio de tu ordenador!
Mantener el equilibrio
Sin embargo, es importante asegurarse de que el orden no se convierta en un sistema rígido que ahogue la creatividad o la generosidad. El propio Aquino entendía que el equilibrio entre orden y flexibilidad era beneficioso. Como un jardinero que cuida de un paisaje floreciente pero siempre cambiante, debemos estar abiertos a adaptar nuestros sistemas organizativos a medida que evolucionan nuestras necesidades.
En última instancia, el orden sirve a un propósito mayor: vivir una vida alineada con el amor de Dios. Así que ya lo sabes, de esta forma podrás tener una vida más ordenada.