Dice el padre colombiano Rubén Darío García que: “Ser santo es vivir la vida ordinaria de manera extraordinaria”. Santificarse parece algo imposible.
Sin embargo, es la realidad: Dios nos quiere santos y nos da las ayudas necesarias para conseguirlo, pero depende de cada quien utilizarlas y alcanzar la meta.
Sin grandes proezas
Cuando leemos la vida de los santos, nos damos cuenta de que fueron hombres y mujeres que nacieron como cualquiera de nosotros: insertos en una familia, un pueblo, una sociedad, una determinada época. Que tuvieron días felices y también problemas. Algunos fueron ricos, otros pasaron hambres.
La diferencia estuvo en la actitud y determinación que desarrollaron para superar las adversidades de su vida diaria. ¿Cómo lo lograron?, démonos una idea:
1Amar mucho a Jesús
Tanto lo amaron que se configuraron con Él, algunos hasta en su propias llagas, como san Francisco de Asís o el Padre Pío de Pietrelcina. Pero la mayoría, aceptando todo lo que venía de Dios, como Cristo en el Calvario: "Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22, 42).
2Orar siempre y en todo momento
No se puede ser santo sin hablar con Dios. Quien piensa que orar se trata solo de recitar fórmulas, está muy lejos de entender la riqueza del diálogo que puede desarrollar personalmente con Dios.
Nada hay de malo en repetir las oraciones de la Iglesia, todas son hermosas y tienen un profundo significado, y muchas son bíblicas, como el Padre nuestro y el Ave María, pero si no ponemos nuestro corazón en ellas, darán poco fruto.
Lo importante es entablar una relación íntima con el Señor y contarle lo que nos aqueja. "El Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan" (Mt 6, 8), pero también quiere que se lo expresemos, como lo hicieron los santos.
3Hacer pequeños sacrificios
Salir de nuestro egoísmo puede parecer anacrónico en esta época en la que se da culto al "yo": Primero mi autoestima y después veremos. Nadie dice que debamos descuidar nuestra dignidad humana, es importante porque así podremos amar al prójimo.
Pero amarse de manera desmedida lleva a no pensar en los demás, y menos en Dios.
Por eso, los pequeños sacrificios nos ejercitarán en la caridad: un pedazo de pastel que puedo obsequiar a un pobre, esa ropa que no me queda y que puede usar alguien menos afortunado que yo, esa pequeña cantidad de dinero que pensaba gastar en un café y que puedo dar a un necesitado.
Pequeñas renuncias para alcanzar el cielo. Pensemos en san Francisco o santa Clara, santa Teresa de Calcuta o el santo Cura de Ars. Vivieron con poco y ganaron la eternidad.
4Trabajar con alegría
Si hacemos bien lo que nos corresponde y además, lo hacemos con alegría, sin quejas ni reproches, estaremos santificándonos, lo creamos o no.
Santa Teresita del Niño Jesús tuvo muchas experiencias en el convento, donde permaneció encerrada; aún así, es patrona de las misiones porque todas las obras que realizaba las ofrecía por los misioneros.
Hacer las cosas que nos toca con amor, es una ofrenda agradable a Dios. Hagámoslas con alegría y ofreciendo nuestros trabajos y esfuerzos cotidianos.
Son unos pocos consejos, pero comenzando con esto podemos realmente anhelar y vivir la santidad.