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Intentar relajarse es un trabajo duro, por eso a todos se nos da tan mal. Frente al ocio y los momentos de descanso parece que solo hay dos tipos de personas:
En primer lugar están los guerreros del fin de semana, que llevan una apretada agenda de actividades y tareas. Este es el tipo de persona que tiene a su hijo matriculado en todos los deportes y se pasa el sábado y el domingo persiguiendo al equipo de un sitio a otro, parando solo en el drive-thru del restaurante más cercano.
Es el tipo de persona que intenta renovar toda su cocina en un solo fin de semana o decide correr una maratón el sábado y el domingo. O quizá se toman el fin de semana libre para hacer un viaje de una noche con un itinerario completo, en un intento de traer de vuelta tantas experiencias y distracciones como sea posible.
En el otro extremo del espectro está el tipo de persona que tiene una mentalidad extremadamente relajada y tranquila. Se levantan tarde, se quedan en pijama todo el día viendo la tele o jugando a videojuegos. Se niegan a quedar con amigos o a visitar a la familia, prefiriendo como mucho enviar mensajes de texto de vez en cuando para sentir que mantienen una auténtica vida social.
Cansado todo el tiempo
El primer tipo de persona puede hacer el chiste: "Necesito tomarme unas vacaciones de mis vacaciones". El otro tipo probablemente nunca ha estado en ningún sitio. El punto en común, sin embargo, es que ninguno de los dos enfoques conduce al ocio real. Por eso a menudo nos sentimos cansados después de un día libre en el trabajo, aunque no hagamos nada. No utilizamos el tiempo para crear ocio real. Nunca descansamos. La relajación placentera y energizante parece extrañamente inaccesible. Sabemos que lo queremos, creemos que sabemos cómo conseguirlo, pero fracasamos una y otra vez. Así que nos cansamos. Todo el tiempo.
Dios nos creó, recuérdalo, para el séptimo día. Esto significa que los demás días de la semana, aunque productivos y valiosos a su manera, no son la cumbre del florecimiento humano. El problema en nuestro mundo moderno y capitalista es que nos dejamos llevar tanto por la economía y la productividad que poco a poco perdemos nuestro tiempo de ocio. No lo valoramos. A veces nuestros empleadores lo hacen imposible. En otros casos, renunciamos a él voluntariamente.
Descanso vs. hiperactividad
Después de trabajar tan duro toda la semana, lo único que podemos hacer el fin de semana es tumbarnos en el sofá y vegetar, preocupados porque si gastamos algo de energía no aguantaremos la siguiente semana laboral. Otros adoptan la estrategia contraria e intentan hacer todo lo posible durante el fin de semana porque no pueden desconectar del trabajo. Esto convierte el tiempo libre en una especie de trabajo, como si cuanto más productivo sea el fin de semana, mejor. Ambos enfoques nos dejan exhaustos.
La relación entre ocio y trabajo debería invertirse. Trabajamos -preferiblemente un trabajo bueno, honesto y satisfactorio a su manera- para prepararnos para el ocio. El ocio es la razón por la que fuimos creados. Es nuestra felicidad.
Practicar el verdadero ocio
El verdadero ocio requiere práctica y esfuerzo. El primer paso, pequeño, es empezar a valorar las actividades aparentemente ociosas, modestas, a ritmo humano -jardinería, lectura de un libro, preparación de café, observación de aves, largos paseos sinuosos-. Estas actividades son muy distintas de sentarse frente al televisor. La televisión y los aparatos electrónicos no distraen.
Las redes sociales, la televisión, las tareas innecesarias: todo ello sigue alejándonos de nosotros mismos. Por eso, perder el tiempo con distracciones constantes, ya sean de baja o alta energía, no es reparador.
Visita a tu abuela, toma el té con tus amigos, mira a tus hijos jugar futbol (solo uno o dos partidos, luego coge un helado y pasa un rato en el parque infantil), sal a correr por el bosque, toca un instrumento, dedícate a un hobby y, sobre todo, ve a Misa.
No exageres. El ocio no es trabajo. Pero es un esfuerzo. La diferencia es que cuando nos esforzamos en el ocio, éste nos recompensa con energía extra.
La recompensa del ocio
La principal y mejor recompensa del ocio es la felicidad que proporciona. La segunda recompensa también es importante: el ocio es la base de la cultura. En nuestro tiempo libre creamos y construimos, leemos libros y escuchamos música, nos relajamos en la naturaleza o nos esforzamos por mejorar nuestras vidas. La motivación pura y simple es que son cosas que nos gusta hacer.
Estamos aquí para crear belleza y vivir vidas hermosas, para celebrar esas vidas hermosas con la familia y los amigos y, en última instancia, para hacer de esas vidas un regalo precioso y apropiado para Dios, el creador del Sabbat y la fuente de toda felicidad.