Si meditamos sobre el misterio de la Misa veremos cómo el misterio de la Epifanía que celebramos el domingo pasado es un reflejo de ella. La liturgia no es solo una celebración del misterio de la Epifanía, sino que es el misterio de la Epifanía en acto.
Una estrella y una procesión
El acontecimiento de la Epifanía comienza con una estrella milagrosa que brilla en el cielo e invita a los magos a seguirla. Ven en su luz una esperanza, una promesa radiante, el destello de un nuevo comienzo. Cuando vamos a Misa, una de las primeras cosas que notamos en la iglesia es que las velas del altar están encendidas (como también lo está la luz de la vigilia junto al sagrario).
Las velas encendidas son un signo de un acontecimiento piadoso que pronto ocurrirá en el santuario. Señalan que algo maravilloso está a punto de suceder en este lugar: el cielo se une a la tierra en el Sacramento del Altar, atrayéndonos a todos a la Presencia divina.
La primera acción litúrgica de la Misa -la procesión- se asemeja en cierto modo a los últimos momentos del largo viaje de los magos: su acercamiento final al Emmanuel en el pesebre. El Papa Benedicto XVI se refirió al viaje de los magos como "solo el comienzo de una gran procesión que continúa a lo largo de la historia". Con los magos comienza la peregrinación de la humanidad hacia Jesucristo".
Acto penitencial
Una vez llegados a Jerusalén, los magos experimentan su propia necesidad, su propia limitación. Su pregunta a quien quiera escucharla es un llamamiento a la misericordia: ¿Dónde está el recién nacido rey de los judíos? Hemos venido a rendirle homenaje. Lo que pedimos en el Rito Penitencial de la Misa es muy parecido: "Muéstranos, Señor, tu misericordia. Y concédenos tu salvación".
Proclamación de la Palabra de Dios
Cuando el rey Herodes se entera de lo que piden los magos, reúne a los sumos sacerdotes y a los escribas y les pregunta dónde va a nacer el Cristo. Ellos responden proclamando la Escritura:
Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres en modo alguno la menor entre los jefes de Judá, pues de ti saldrá un jefe que pastoreará a mi pueblo Israel.
Dios revitaliza constantemente nuestra esperanza a través de la Palabra de Dios.
La entrega de los regalos
Se acercan al pesebre de Cristo los magos, abren sus tesoros y ofrecen a Jesús oro, incienso y mirra. Más que nada, los regalos simbolizan lo que el Salvador recién nacido hará por todos los hombres a través del milagro de su Encarnación.
Del mismo modo, los dones que presentamos en la Misa expresan nuestro deseo de servir a Jesús Rey (simbolizado en el don del oro), de adorar a Jesús, Hijo divino de Dios (simbolizado en el don del incienso), y de unirnos al sufrimiento y a la muerte de nuestro Redentor, que nos salva con su cruz y su resurrección (simbolizado en el don de la mirra).
Adoración
El relato evangélico se desvive por darnos este detalle clave: los Magos se postraron y le rindieron homenaje. ¿Por qué? Como enseña el Catecismo:
Nadie, ni pastor ni sabio, puede acercarse a Dios aquí abajo si no es arrodillándose ante el pesebre de Belén y adorándolo escondido en la debilidad de un recién nacido (563).
Así lo hacemos en cada Misa. Antes de recibir la Eucaristía en la Sagrada Comunión, nos arrodillamos y adoramos: en la Elevación de la Hostia, y en la invitación: "He aquí el Cordero de Dios, he aquí al que quita los pecados del mundo".
La Sagrada Comunión
Los magos comienzan a vivir al instante una comunión que solo es posible gracias a la venida en la carne del Hijo de Dios. Está simbolizada en la forma en que encuentran al Niño Jesús: Al entrar en la casa, los Magos ven al Niño con María, su Madre. María, modelo de la Iglesia, encarna la comunión que estamos destinados a compartir y a llegar a ser, al acunar en sus brazos el Cuerpo de Cristo. "María es la Madre de la Vida de la que todos los hombres toman vida" (Beato Guerric de Igny).
Salir por otro camino
Los magos partieron hacia su país por otro camino. Optan, no solo por una nueva ruta, sino por una nueva forma de vivir. El milagro que experimentamos en la Misa nos llama a lo mismo. El sacerdote o el diácono nos despiden diciendo: "Id en paz, glorificando al Señor con vuestra vida".
El Papa Benedicto XVI reflexionó que los magos posteriores a Belén se convirtieron en "constelaciones de Dios que marcan el camino". En su testimonio se liberó "una explosión de luz, a través de la cual el resplandor de Dios brilla sobre nuestro mundo y nos muestra el camino." Añade que también los santos "son verdaderas constelaciones de Dios que iluminan las noches de este mundo, sirviéndonos de guía. Queridos amigos, esto vale también para nosotros".