Generalmente hablando, la oración parece bastante insulsa para el observador externo. En la mayoría de los casos, la oración se asocia a una disposición pacífica y a sentimientos de alegría y felicidad. Sin embargo, la Iglesia católica califica la oración de batalla.
¿Por qué?
El Catecismo de la Iglesia Católica lo explica en su sección sobre la oración:
La oración es a la vez un don de la gracia y una respuesta decidida por nuestra parte. Supone siempre un esfuerzo. Las grandes figuras de la oración de la Antigua Alianza antes de Cristo, así como la Madre de Dios, los santos y Él mismo, nos lo enseñan: la oración es un combate. CIC 2725
La oración es una batalla porque requiere esfuerzo.
Si bien es cierto que la oración es un don, y que contamos con las muchas gracias de Dios durante la oración, también necesitamos hacer un esfuerzo para orar.
Si no intentamos rezar, probablemente no rezaremos nunca.
Enemigos de la oración
Por eso la Iglesia la llama batalla, ya que la mayoría de las veces la batalla es contra nosotros mismos:
¿Contra quién? Contra nosotros mismos y contra las asechanzas del tentador, que hace todo lo posible para apartar al hombre de la oración, de la unión con Dios.
Como afirma el Catecismo, la oración no es solo una batalla contra nosotros mismos, sino también contra Satanás y sus fuerzas demoníacas.
El demonio no quiere que estemos unidos a Dios, y por eso hace todo lo posible para impedir que oremos. También intentará distraernos o tentarnos durante la oración, con la esperanza de pillarnos desprevenidos.
De este modo, la oración nunca es verdaderamente pasiva, en la que nos sentamos tranquilamente y nos deleitamos en las gracias de Dios. Aunque esa experiencia es ciertamente posible, para alcanzar esa paz debemos luchar contra los numerosos enemigos que intentan alejarnos de la unión con Dios.
La clave es hacer de la oración un hábito y luchar continuamente contra las fuerzas que se nos oponen.
Una lucha de por vida
Oramos como vivimos, porque vivimos como oramos. Si no queremos actuar habitualmente según el Espíritu de Cristo, tampoco podremos orar habitualmente en su nombre. La "batalla espiritual" de la nueva vida del cristiano es inseparable de la batalla de la oración.
Mientras respiremos en esta tierra, tendremos que batallar durante la oración.
Solo al final de nuestra vida podremos descansar en los brazos amorosos de nuestro Padre benévolo.