La confianza desempeña un papel importante en nuestra vida espiritual, especialmente cuando rezamos a Dios.
La oración de intercesión, en particular, es una de las principales formas en que se pone a prueba nuestra confianza en Dios.
El Catecismo de la Iglesia Católica introduce este tema en su sección sobre la oración:
La confianza filial se prueba en la tribulación. La principal dificultad se refiere a la oración de petición, por uno mismo o por los demás, en intercesión.
Siempre que recemos por algo o por alguien, debemos preguntarnos: "¿Creo que Dios responderá a mi oración?"
Una pregunta similar que debemos hacernos es: "¿Confío en la fidelidad de Dios?"
Si somos sinceros con nosotros mismos, la mayoría de las veces rezamos y no creemos realmente que Dios vaya a responder a nuestra oración.
Esta disposición a menudo se ve afectada por nuestras experiencias pasadas, especialmente cuando oramos por la curación de alguien y no se cura.
Podemos pensar para nosotros mismos que Dios no respondió a nuestra oración porque no sanó a esa persona, o que no nos escuchó cuando oramos.
Ante el aparente "silencio", podemos sentirnos tentados a dejar de orar, pues pensamos que Dios no nos escuchó.
¿Escucha Dios nuestras plegarias?
El Catecismo expresa de manera similar esta dificultad que muchos de nosotros experimentamos:
Algunos incluso dejan de rezar porque piensan que su petición no es escuchada. Aquí habría que plantearse dos preguntas: ¿Por qué pensamos que nuestra petición no ha sido escuchada? ¿Cómo es escuchada nuestra oración, cómo es "eficaz"?
El punto clave a tener en cuenta es que Dios siempre escucha nuestras oraciones. Si realmente creemos que Dios existe y que está presente en cada momento de nuestras vidas, no hay forma posible de que sea "sordo" a nuestras oraciones.
Dios escucha las oraciones de todas las personas, sean quienes sean o hablen el idioma que hablen
Para muchos de nosotros, la decepción viende cuando Dios responde a nuestras oraciones de una manera que no nos gusta. Puede que Dios no cure a alguien por una razón concreta, aunque es probable que no sepamos esa razón antes de morir.
Lo que tenemos que hacer es confiar en que, al final, los caminos de Dios siempre son mejores para nosotros.
Dios nos conoce mejor que nosotros mismos. Solo tenemos que confiar en Él.